DIU




Por el móvil oyes todo lo que hablan las personas que te cruzas por la calle; en el metro, en el sofá, en la orilla de la playa, en el supermercado, en el taxi: en cualquier lugar del amplio mundo. Aquello que empezó siendo un recurso para la intimidad, el que tenía móvil huía de las conversaciones telefónicas en el lugar más transitado de la casa o de los espacios urbanos, ha terminado siendo todo menos un refugio para uno mismo. No entro en el debate de la privacidad de los celulares de sospechosos y criminales, hablo de que las conversaciones ajenas son parte de nuestro día a día. Escuchas (sin quererlo demasiado) al vecino de arriba hablar a gritos con un aparato enganchado a la oreja, y no sólo eso, sin necesidad de pegarte al techo oyes, casi sin interrupciones, la voz del interlocutor del vecino, lo escuchas hablar sin saber quién es. Hoy, podemos controlar la vida personal de casi todos los que nos rodean. ¿Cuántas conversaciones íntimas has seguido de principio a fin en un transporte público? Iba el otro día camino del Aeroport del Prat desde Plaça Catalunya (un trayecto de cuarenta minutos en autobús, para los que no son de Barcelona) y quería acabar el último capítulo del libro que me estaba leyendo y fue imposible. El autobús estaba lleno y no podía cambiarme de sitio, me tocó al lado de una azafata de Iberia (durante la huelga de pilotos de dicha compañía) y se pasó todo el trayecto hablando son sus intimísimas amigas (esparcidas por el territorio nacional). La azafata cogía el próximo avión para Madrid (como pasajera) porque al día siguiente volaba hasta Valencia y quedó esa misma noche con una amiga en las Rozas, “cerca del parque, donde siempre”. Con esta habló poco, sólo la oí decir que no podía salir hasta muy tarde porque a la mañana siguiente tenía hora en la peluquería. Su siguiente destino fue felicitar a una amiga que acababa de llegar de viaje y estaba sola en casa, “vaya cumpleaños, por qué no llamas a los compañeros de trabajo para ir a tomar algo”. La amiga-azafata parecía la dama de honor de aquella fiesta inexistente. Supe además que estaba viviendo con su novio en Barcelona y que pronto se mudarían a una nueva casa, dónde no lo sabían, pero el mayor requisito era que estuviera cerca de un aeropuerto. Él era piloto. La capital de España formaba parte de esa lista, también entraban lugares exóticos como Rio de Janeiro o Salvador de Bahía. Nuestra ya amiga-azafata parecía que no estaba demasiado conforme en irse a vivir tan lejos de su familia. “¿Quién cuidará de nuestros hijos?”, se preguntaba en voz alta para ella, para su amiga que cumplía años y para mí (seguramente no sabía que también para vosotros que estáis leyendo esto). Además, puedo deciros que si todo va como la señorita de Iberia y su pareja esperan no tendrán hijos hasta dentro de 5 años. ¿Qué por qué? Pues, porque le confesó a su interlocutor telefónico (esta vez sí que con algún reparo y mirándome de reojo) que habían tomado las precauciones necesarias para no ser padres demasiado pronto. Después de saber todo de nuestra amiga, se avergonzó de decir en voz baja: “me he puesto el DIU”. Os aseguro que no la oí decir esas siglas, aunque sí presencié todo la escena: “tía que me he puesto eso, sí… eso que empieza por D y termina por U” – silencio expectante-.

Después de narrar nuestra vida en voz alta en un autobús nos reprimimos por tres simples letras. Recuerdo cuando me ocurrió algo parecido, estaba en la terraza de un local esperando a que el reloj de las horas se detuviese cuando vibró en mi bolso el móvil. Era el mejor momento para que me llamases. Empezamos a hablar de tu padre y de tu hermana (es decir, de mi marido y de mi hija pequeña) pero cuando me preguntaste el por qué de mi seriedad te respondí que “no quería a tu padre”. Recuerdo tus palabras entrecortadas (casi llorosas) al otro lado del auricular y vi como una mujer se cambió de mesa para acercarse más a mí y escuchar mejor mis tristezas. De repente me callé y pensé que aquel móvil de tercera generación no sería el gran invento del siglo XXI. Prefería hablar contigo cara a cara y mirándote a los ojos. Colgamos con un entrecortado “adiós” y te invité a desayunar al día siguiente en la cafetería de la calle Pelayo. Allí te lo conté todo, y me comprendiste mucho mejor que si te lo hubiera intentado explicar a través de las ondas.

Habrá cosas que nunca cambiarán.

Comentarios

Bigode ha dicho que…
É por isso mesmo que eu não quero um telemóvel, prefiro preservar o pouco que me resta de minha intimidade. Muito bom o texto, menina.
Beijos direto de Portugal.
lau2m ha dicho que…
nunca mesmo, nem de país pra país...
tô indo pra sua terrinha (e a terrinha da minha vó) dia 28! ameacei, ameacei e agora é de verdade :)
Anónimo ha dicho que…
Me siento completamente identificada con lo que dices, Joana. Joder, yo no sé, ahora mismo me encuentro en un momento intimista, no íntimo, sino reflexivo, estoy escuchando música fuerte con los auriculares, leyéndote, leyendo aquellas cosas que me acerca a vosotras, y no sé, me da rabia, como lo del móvil, que sea a través de una pantalla, este momento tan bonito, tan personal. Que te escriba esto de esta manera (tan cutre), y sin embargo, nada de lo que siento lo es. Lo notarías mucho mejor si me vieras. Gracias por la reflexión; creo que me ha emocionado más de la cuenta, más de lo esperado, más de lo que había esperado para esta tarde.
¿Qué tal estás, feliz?
Un beso enorme
Joana Abrines ha dicho que…
Gracias María, me he emocionado yo al leerte. ¿Gritamos juntas? Es una de las cosas que aprendí en Madrid y sigo utilizando en Barcelona.

Laura boa viagem, o dia está chegando. Com certeza será muito bom pra você, lembro quando te conheci você já tinha vontade de vir pra terra da sua vó. Aproveite.

Bigode, como está indo por Portugal!!!!!!???? A gente vai se ver, nem?

Besos a los tres últimos lectores de este pequeño invento del siglo XXI.
Anónimo ha dicho que…
Gritemos. Una vez lo hice debajo de una fuente, así nadie me oyó, pero yo me quedé a mis anchas. Un beso Joana!!! Cuídate!

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