Deluxe Barcelona
Ayer fue una tarde entretenida, Joan me acompañó a comprar algo de ropa para vestir, desde los botines dorados no había hecho ningún cambio en el armario. Por la noche tenía una cena en el Buda Bar, un restaurante cool de Barcelona que nunca había pisado y seguramente jamás volveré a pisar. Una convocatoria a las 21:30 para presentar una revista más, de las de siempre-sin novedades ni riesgos, con invitados de lujo que nunca llegaron. Ronaldinho, Verónica Blumen, Custo (Molinero) y Llongueras eran el reclamo perfecto para que algunos amigos de conocidos fuesen a un cena con altiva actitud.
La compra de unos pantalones marrones de tela que se arruga muchísimo, una camisa blanca semitransparente y un sujetador con relleno para las que estamos escasas terminaba a las 20:30. La ducha correspondiente, el momento body milk y el estirón, ahora ya con suavidad, de las etiquetas fueron los pasos previos antes de vestirme. El invitado no dejaba que marchase pero tampoco accedió a la invitación, prefirió la normalidad del pijama a la estravagancia de los pantalones a rayas. Lo entendí y cuando llegué a la puerta del restaurante admiré su posicionamiento anti-apariencia en público. En la convocatoria no había nadie, fui la primera en llegar. Supongo que mi puntualidad se debe a la novedad que supone sumergirme en tales actos incongruentes con mi manera de pensar.
Se dejó ver Ángel Casas, reconocido periodista de Barcelona, que salió al poco de entrar al restaurante por la mentira que se encontró. Ningún rastro de invitado conocido, la cena anunciada se convirtió en cóctel cutre de tacos de salmón, paté y ensalada en pincho. El querer ser, querer parecer y la compostura del lugar me incomodó tanto que fui la segunda en salir después de tomar una copa solitaria de champagne. A las 23:00 volví al paraíso de ET: mi casa.
La compra de unos pantalones marrones de tela que se arruga muchísimo, una camisa blanca semitransparente y un sujetador con relleno para las que estamos escasas terminaba a las 20:30. La ducha correspondiente, el momento body milk y el estirón, ahora ya con suavidad, de las etiquetas fueron los pasos previos antes de vestirme. El invitado no dejaba que marchase pero tampoco accedió a la invitación, prefirió la normalidad del pijama a la estravagancia de los pantalones a rayas. Lo entendí y cuando llegué a la puerta del restaurante admiré su posicionamiento anti-apariencia en público. En la convocatoria no había nadie, fui la primera en llegar. Supongo que mi puntualidad se debe a la novedad que supone sumergirme en tales actos incongruentes con mi manera de pensar.
Se dejó ver Ángel Casas, reconocido periodista de Barcelona, que salió al poco de entrar al restaurante por la mentira que se encontró. Ningún rastro de invitado conocido, la cena anunciada se convirtió en cóctel cutre de tacos de salmón, paté y ensalada en pincho. El querer ser, querer parecer y la compostura del lugar me incomodó tanto que fui la segunda en salir después de tomar una copa solitaria de champagne. A las 23:00 volví al paraíso de ET: mi casa.
Comentarios
Bueno te enseñan a ser más prudente, o posiblemente más desconfiada.
De todo se aprende un poco.
Com deim en Mallorqui, val mes dir a pasat un covard, que dir a quedat es valent.
llamj un beso molt fort i fins aviat