experiencia gastronómica matinal
Una amiga le regaló tres botones de chocolate; uno blanco, uno con leche y uno puro para celebrar su reencuentro. La mañana siguiente de sábado Mar se levantó pensando en aquellos pequeños placeres y sin desayunar se preparó una copita de tinto. Como si de un tesoro se tratara acarició la botella con la mano derecha y se dispuso a leer la etiqueta, la entendió a medias y la colocó con sumo cuidado en su escritorio. En busca del abridor recordó el que le regaló su padre, lo utilizó con una pizca de maña, e inhaló el aroma afrutado del zumo natural de uva. Se sirvió un vasito y cerró la botella. Su escritorio parecía un bodegón neo-realista decorado con un ramo de girasoles que había perdido las facultades de la vitalidad, un cirio en forma de cubo que desprendía olor a vainilla, la botella cilíndrica y la copa de color sangriento, el último libro que se estaba leyendo de escorzo y las tres piezas de chocolate a la espera de ser degustadas. Todo compuesto con el equilibrio de los colores en un apartamento para dos en el mediterráneo.
Mar cogió la copa con la mano derecha, la sostuvo cerca de su boca y su nariz y cerró los ojos. Hacía años, alguien le había enseñado a catar pero como ya no se acordaba de los pasos a seguir, siguió los que le exigió el cuerpo. Alzó lentamente la cabeza y se acercó al cielo cuando el paladar, la lengua, los dientes y la garganta callaron para dejar hablar al vino. Se desabrochó los botones del pijama de raso negro y se acarició un pecho. Eran pequeños y rápido se volvieron rígidos, su novio siempre le decía: “son perfectos, me caben en la palma de la mano”. Eligió el botón de chocolate negro para aplastarse el pezón, lo sostuvo con fuerza hasta que lo fundió en su monte sinai. Digirió la mezcla de piel recién levantada, dulce y amarga, como una nueva experiencia gastronómica.
Un sorbo, esta vez mayor, la llevó a tumbarse en su cama de matrimonio mientras descubría las diferencias del botón con leche, más dulce que el anterior y más suave y menos sensual. El ritmo de su dedo índice marcaba la intensidad y la presión sobre su cuerpo. Mar sumergió ese dedo en la copa y se mojó la puntita. El vino recorrió a la chica dejando su lágrima marcada hasta que chocó con las sábanas de franela, donde se detuvo con paso inseguro. Mirando hacia el techo Mar se descubrió cantando “a piece on my heart” de Janis Joplin, terminó extasiada y mientras recuperaba el aliento ascendente degustó el tercer botón de chocolate blanco. Le supo a canela y nunca sabrá si eran los labios de su novio lo que la despertaron o el orgasmo gastronómico que sintió aquella mañana de fin de semana.
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Un abrazo