País Vasco tour
Salimos a las ocho de la mañana dirección concesionario de coche para recoger una furgoneta para 9. La intención coger carretera y manta y llegar a Bilbao por la noche, lo conseguimos. La road movie se hizo intensa, nadie dijo larga. Salimos de Barcelona dirección Zaragoza -visitamos los monegros, los toros de osborne, el meridiano de Grennwich, los molinos de viento, las estaciones campsa- y a las tres del mediodía pisamos tierra vasca. Comimos en casa Iñaki, una tasca comida autóctona, y paseamos abrazados y abrazadas por Vitoria. La catedral estaba vestida de otoño y el ayuntamiento mostraba un eta ez contundente. Los paseante hablaban vasco y los visitantes catalán (o en su defecto mallorquín o valenciano). Para situarnos temporalmente, estamos hablando del puente de diciembre. En la primera parada ya descubrimos el constructivismo del norte, galerías cerradas con marcos girados en diferentes grados. Se hizo de noche y salimos dirección Bilbao, pasamos un sinfin de pueblecitos fantasma con luces de navidad y llegamos a la plaza mayor. Dimos vueltas a la rotonda iluminada y preguntamos a varios residentes, nadie conocía nuestro hospedaje, ni siquiera la calle, ni la avenida del ferrocaril. "Nos hemos confundido de ciudad", pensamos pero después de preguntar y preguntar de nuevo llegamos a nuestro destino. El primer hostal de la calle 13. Nos distribuimos, nos duchamos, nos arreglamos y salimos de aquella casa familiar con diez habitaciones y dos cuartos de baño. "Bakea behar dugu" fue el primer cartel que encontramos de camino al casco antiguo, "necesitamos paz" escribía. Atravesamos la ría y respondimos a nuestro nombre de guiris parándonos en el primer bar de pinchos. Mucho dinero por poca comida, aunque de excelente calidad. Terminamos dividiéndonos una tortilla hecha de un bar manolo en nuevo trozos. Una tortilla de patatas rellena de jamón y queso. Una delicia autóctona. Paseo a la luz de las estrellas reflejadas en la ría fue el desenlace de la primera noche. Precioso paraje para enamorarse.
Al levantarnos el Guggemheim era nuestra primera parada, lo exploramos, lo saboreamos, lo vivimos y fuimos incapaces de asumir tanta obra de arte. Al salir nos encontramos una periodista con la nariz colorada como un payaso a la que le pedimos lugares para salir de noche. Nos los anotó y nos despedimos. Aquella breve conversación le sirvió para su artículo y a nosotros para encontrar los bares de Bilbao. Una cerveza y a dormir que mañana hay que madrugar. Un café con leche y de nuevo en la carretera en busca de Gernika, un pueblo precioso con un roble milenario, unos recuerdos inimaginables para los residentes y unas gratas sorpresas para los visitantes. Un diapasón de Chillida chillaba al viento. Curioso intrumento. El destino último era San Sebastián y decidimos ver la costa donostiarra. Lekeitio nos esperaba impasible con zanahorias en las calles, en los portales de las casas, sobre las esculturas y en demás inéditos rincones. Un pueblo marinero con barcas de colores.
Llegamos a la capital donostiarra y aparcamos el furgón delante del hostal de monjas en el que nos hospedamos para nuestra sorpresa. Una casa enorme con techos altos y silueteados. Nuestra habitación tenía terraza, un chill para celebrar la última noche en el País Vasco. El casco viejo fue nuestro refugio. Con seis vasos de txacolin, uno para cada una, cenamos. Un lugar donde pagabas los pinchos a la último, cobrarlos los cobraran pero más de un palillo cayó al suelo sin darnos cuenta y cenamos. Nos sumergimos en un local de fiesta donde sonaban las mismas canciones que en Barcelona y con considerable alegría nos metimos en la cama a las cinco de la mañana. A las nueve y media ya estábamos en la playa de la Concha comiendo arena sin haber desayunado. Viento enérgico del norte. El peine de los vientos nos esperaba en la última playa de la costa. Llegamos y encontramos una pared peinada por el agua. Experiencia maravillosa. Esperamos a que abrieran el funicular para ver San Sebastián desde arriba. Un cerro con vistas a la isla de Sta. Clara y con un castillo del terror que no daba miedo. En este paraje se terminó nuestro camino por el norte y regresamos con una sonrisa dibujada en nuestros rostros. Nos paramos en Zaragoza y visitamos la Virgen del Pilar, no por devoción sino por culminar el viaje con un icono nacional. El adiós fue breve porque sabemos que repetiremos la experiencia. El mundo todavía es visitable.
Comentarios
En fin tenemos que saber que los tiempos más buenos son ,los que vendrán.
Un beso de llamj .....