Se puede amar el circo con locura
Y al fin, fuimos al bosque encantado de los ángeles caídos
Varekai en lengua romaní significa "en cualquier lugar". Primero los animales, luego los nómadas y por último los artistas circenses han liberado sus pasos de un lugar a otro sin más pertenencias que su memoria. Precisamente de eso versa el espectáculo que vimos el sábado noche en Barcelona dirigido por Dominic Champagne.
La carpa que congrega cada noche la imaginación de 2.500 personas se convierte en un bosque encantado donde la fauna son seres imaginarios, las luciérnagas puntos de luz verde en una noche oscura y los bambús, 300 tubos de acero utilizados en el sector de la construcción que adoptan la escenografía poética más verosímil que he visto nunca en escena. El amor, la infancia, la fantasía, la amistad y el erotismo son los adjetivos sustantivados que respiran ubicuidad en un espacio compartido por público y artistas, en un circo nada convencional.
El pueblo sobre ruedas itinera con 156 personas de 22 nacionalidades distintas. Una torre de Babel que dialoga en ruso, inglés, chino, francés, alemán, castellano y portugués. Le cirque du soleil no viaja con animales crea seres mitológicos gracias a la ilusión de las máscaras y el maquillaje, el vestuario original y los complementos aliñados, los efectos de luz y de sonido. Además de grandes acróbatas y música en directo hay el humor que nace de lo sencillo. La función que comienza con el vuelo del ángel caído llega al delirio en la gran traca final de piruetas en el aire en dos columnios de origen ruso. Ícaro cambia sus alas por el amor de su prometida que canaliza su metamorfosis. Y durante la función es constante la risa, el aplauso, el entusiasmo, el asombro y la ilusión de que todo es posible.
Varekai después de ocho años culmina su gira en Barcelona el próximo 5 de diciembre.
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Un besazo