CITA A CIEGAS



“Cuando tenía seis o siete años mi madre me preparaba un aperitivo que consistía en un batido de dos huevos, un poco de azúcar y una cerveza de Malta. Todo bien batido era una golosina para abrir el apetito a mediodía”. Con esta pincelada comenzó la cena de los sentidos en el restaurante Taxidermista de Barcelona. Unir gastronomía con recuerdos y sensaciones era una propuesta de sí contundente.


Citados a las ocho y media en el restaurante nos guiamos por el clima pausado y bajamos a las cabidades subterráneas de la ciudad para sentir el aroma de los productos de la tierra: romero, anís, cebolla, ajo, hinojo, setas, judias. El primer condimento visual y olfativo nos acompañaría durante las dos horas y media de relación. El ambiente invitaba a recordar: luces ténues, voces sensuales que introducían los pasos a seguir y manos suaves que con delicadeza taparon los ojos a los futuros comensales.

Empezó la cena a ciegas. Dejarse guiar en una sala donde alguien, nunca sabremos quién, tocaba la guitarra y experimentar. El tiempo preciso para habituarse al lugar, la cueva de los recuerdos. Una silla de madera y una mesa preparada con mantel, cubiertos y vasos. Era una cena romántica sin velita y sin acompañante, más que uno mismo. El ritmo interno lo interrumpieron las voces que cantaban descompasadas a ritmo de poesía y observaban a los que no teníamos ojos para ver. El primer contacto con mi compañero de mesa fue la mano, era mujer y llevaba las uñas pintadas.

Las botellas de vino se abrieron y empezó a caer el líquido cerca de nuestros oídos. El cristal estaba frío, era vino blanco. Se oían los labios acercarse al zumo de uva y el casi silencio se rompió con el crujido de panes. Partimos el pan con las manos y nos lo comimos. Su tacto era esponjoso por dentro y arenoso por fuera. Sentí a papá. El juego acababa de empezar, cuando una mano nos acercó un bol de cerámica. Era nuestro alimento y estaba caliente. Metí el dedo índice en el bol, toqué un tropezón, lo olí y me lo metí en la boca, creo que fue un trocito de seta. Removí el dedo y la textura era de crema. Chupé el dedo y olí a cebolla, tomate, ajo, hinojo, judias, romero y anís; los alimentos del principio del viaje. Bebí el caldo sin cuchara, acercándome el bol a la boca. Era una cena de trabajo pero todos éramos ciegos. No había que rellenar el hueco silencioso con palabras vacías porque el grupo teatral de los Sentidos se ocupaba de llenar la cueva y nosotros de ponerle nombre a los recuerdos. Deliciosa sensación.

El ritmo de las cucharas de los comensales era el sonido de la cena hasta que se terminó el plato y unos camameros invisibles lo cambiaron por una cuchara de porcelana blanca. La lengua se pegó a la masa fría, parecía un sorbete, era dulce como un bocado delicado. Pensé a hermana. Una mujer, tal vez italiana o argentina, recitó una receta para hacer un hojaldre con cerezas. Dio los pasos acertados pero no escuché cómo hacerlo sólo cerré los ojos más fuerte y olí a mamá.
Hubo más sorpresas, más comida, más detalles pero el silencio y la oscuridad fue la clave para sentir la comida como una experiencia poética. Cuando salimos me dijiste con una sonrisa enamorada que la poesía está en el sí y en el no.

Si queréis viajar al recuerdo a través de los sentidos podéis hacerlo de 14 de marzo al 26 de abril todos los miércoles y jueves a las 20:30 en Taxidermista Restaurant, situado en una esquina de la Plaza Real de Barcelona. El teléfono para reservas es 933 170 697.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me gusta como lo has redactado,y como has tenido el detalle de hacer propaganda del Restaurante,si tienes el emeil,yo se lo enviaria.
Un beso

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