My cook



De mi santa infancia recuerdo a mi padre con las manos en la masa, y nunca mejor dicho porque era y sigue siendo el mejor pizzero del mundo sin haber ganado ningún premio. Una vez a la semana, repetía la misma acción con la ayuda de mi madre y la expectación de sus, todavía, pequeñas hijas. Lavarse las manos, limpiar la mesa de trabajo, preparar los ingredientes y hacer una montaña de harina y, con un hueco en el centro, añadir la manteca derretida, un vaso de aceite y dos de agua, una pizca de sal y otra de azúcar. Aquellos ingredientes se aglutinaban bajo la magia de sus grandes manos, de sus secos golpes y de sus juegos de muñeca como el mejor jugador de futbolín.

“Un pastelero siempre debe saber hacer masas”, decía con naturalidad y sus hijas confiábamos en él, seguimos haciéndolo porque siempre nos sorprende. Ayer, después de un año utilizando la termomix, un preciado regalo de reyes, me lancé a mi infancia y quise hacer una pizza casera para dos. Huí de las tarradellas, las buitoni y las congeladas, y lo más difícil fue tener a mi padre lejos; en otra casa, en otra cocina. Busqué la receta y me dispuse al ritual familiar. Cenamos una pasta dura pero como todo lo hecho con amor vale, nos quisimos mucho al cenar. Cuando vea a mi padre le diré que sólo me falta experiencia.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Las manos en la masa, es un decir pero gracias por todo lo que siento por ti, tu hermana y tu madre.

Sort i una gran besada de la que aprovat "el catala "B""....

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